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Escuela en casa: educación en contextos de COVID-19

«Y recordar, por lo tanto, que la “educación en casa” no es, no puede ser la escuela: porque, precisamente,

la escuela es lo que rompe con las desigualdades familiares y sociales, lo que permite acceder a la alteridad,

muchas veces dejada de lado o vivida como una agresión en la cápsula familiar,

lo que da a todos la posibilidad de acceder a conocimientos “infinitamente compartibles”,

como decía Fichte, es decir, capaces de hacernos percibir que, a pesar de nuestras diferencias,

todos estamos llamados a participar en la construcción de lo común…»

(Meirieu, 2020).

En el especial Educación en contextos de COVID-19: requerimientos mínimos para una educación a distancia, expusimos sobre uno de los grandes desafíos que tiene la educación virtual: la accesibilidad a internet y el uso de herramientas tecnológicas, elementos que aún dificultan la enseñanza en estos tiempos. Pero otro hecho importante que converge en esta educación a distancia guarda relación con el rol ineludible que tiene que asumir la familia dentro de este proceso educativo, familia que puede estar compuesta por los padres, pero también refiere a aquellas familias en donde los niños y niñas han quedado al cuidado de los abuelos, tíos u otros familiares (tutores). 

Durante estos 86 días de suspensión de clases presenciales, las familias han tenido que permanecer en sus hogares, en ocasiones no han podido seguir trabajando o incluso han perdido su trabajo y a todo este estrés económico y la incertidumbre por todo lo que pueda seguir ocasionando la pandemia, se ha sumado la necesidad de que estas familias acompañen el proceso de educación virtual de sus hijos y/o de quienes han quedado al cuidado de los tutores. 

De un momento a otro la dinámica familiar ha cambiado y más aún con la reciente noticia de que las clases presenciales quedan suspendidas por este año 2020, donde además de los desafíos de conectividad y uso de herramientas virtuales, la familia ha tenido que asumir el rol “docente”, es decir, parte de la tarea y organización del hogar como escuela, donde cada familia con ensayo y error y no menos estrés ha hecho lo que su formación y experiencia le permite.

Además de ello, es importante considerar que de los hogares de Paraguay (EPH, 2019), el 19% se encuentra en situación de pobreza (extrema y no extrema), siendo mayor la situación de pobreza en las zonas rurales (Gráfico 1). Si consideramos esta situación a nivel departamental tenemos que el 25% de los hogares en Caaguazú, 24% de los hogares en Central, 22% de los hogares en San Pedro, 21% de los hogares en Itapúa y 19% de los hogares en Alto Paraná se encuentran en pobreza (extrema y no extrema). 

 

Si consideramos la población en edad escolar de 5 a 17 años, el 33% se encuentra en situación de pobreza (extrema y no extrema), con significativa diferencia para la población que se encuentra en las zonas rurales (Gráfico 2). 

 

Exponemos estas brechas sociodemográficas y económicas porque son factores que marcan el devenir diario de las familias que hoy probablemente están en una situación mucho más precaria y están enfrentando de diferentes maneras este aislamiento, intentando subsistir y por supuesto, actualmente atendiendo la demanda educativa de sus hijos. 

Otra situación que influye en esta enseñanza a distancia dentro del entorno familiar refiere a las condiciones mínimas que las familias deberían generar para ello, desde un lugar tranquilo y bien iluminado, con los materiales necesarios, hasta un acompañamiento en las actividades, sin embargo, muchas familias residen en viviendas con espacios reducidos y hacinamiento (más de 3 personas por dormitorio), representando esto último al 7% de los hogares en Paraguay (EPH, 2019). 

En el contexto actual se apela a que la educación se compense con una mayor conectividad remota a través de herramientas digitales, sin embargo, esto no es una posibilidad para todas las familias paraguayas, donde hay nuevamente una mayor brecha según situación económica. Mientras que un 55% de los hogares de mayores ingresos (quintil 5) tiene una computadora en la vivienda, en las familias de menores ingresos (quintil 1) este porcentaje llega al 3%. 

Si consideramos un elemento más de orden cultural en cuanto a la relación familia-escuela se puede evidenciar que el involucramiento de la familia en la vida escolar o en el aprendizaje de sus hijos no siempre ha sido una práctica cotidiana. Según los datos de PISA-D[1], un 31,3% de estudiantes de 15 años indicó que nunca o casi nunca se discute sobre cómo le está yendo en el colegio, mientras que un 26,9% indicó que lo hacen algunas veces al año o una vez al mes. Por su parte, cuando se consulta sobre el involucramiento de las familias en la institución, solo un 17,3% de las familias ayuda en la clase, mientras que apenas el 10,9% de las familias ayuda en las tareas después de las clases. Estos datos dan cuenta de que ya en procesos normales de educación la familia no siempre se ha involucrado en los procesos educativos. Y hoy estamos pidiendo, que, de un día para otro, pasando las familias por diversas situaciones que acaparan su atención, asuman un rol de “docentes”. 

También hay que considerar el nivel educativo alcanzado por los padres y las madres. Siguiendo con los datos de la EPH (2019), se evidencia en este sentido que la madre ha alcanzado un menor nivel educativo frente al padre y que el menor nivel educativo se agudiza según la condición de pobreza en la cual se encuentran estas familias. Esta situación podría llegar a ser una limitante en la interacción hijo-padre/madre, donde probablemente el rol de formación recaiga mayormente en la madre. Hay que ser conscientes que además las familias no han sido formadas en este rol pedagógico tan demandante en este tiempo.  

Además, las diferencias entre estudiantes respecto al apoyo que los padres pueden proporcionarles para acceder a oportunidades educativas, directamente en casa o de forma privada, las diferencias en la capacidad de los distintos tipos de escuelas para apoyar el aprendizaje de sus estudiantes de forma remota y las diferencias entre los estudiantes en su capacidad de resiliencia, motivación y habilidades para aprender de forma independiente y en línea, exacerban las brechas de oportunidades ya existentes (Reimers, 2020, p. 5). 

Considerando lo expuesto hay que analizar una serie de situaciones previas que hacen al entorno familiar y que deberían ser tenidas en cuenta por la instancia rectora a la hora de plantear una propuesta educativa. Existe una importante brecha sociodemográfica y económica entre las familias del Paraguay, y en esta situación de pandemia estas brechas se acrecientan. Si bien es cierto, es una situación de emergencia sanitaria, no podemos, y menos con la educación, llevar adelante acciones que además de requerir muchos recursos no sean efectivas. 

Sin lugar a dudas las familias harán todo el esfuerzo de acompañar y de hacer lo posible a pesar de las mínimas condiciones que tienen para una educación a distancia, pero al mismo tiempo, otras necesidades más urgentes probablemente lleven a que la educación quede relegada.   

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Artículo elaborado por Andrea M. Wehrle Martínez para el Observatorio Educativo Ciudadano (Mayo, 2020)

 

Bibliografía

Meirieu, P. (18 de Abril de 2020). Movimiento Cooperativo de Escuela Popular. Obtenido de http://www.mcep.es/2020/04/18/la-escuela-despues-con-la-pedagogia-de-antes-philippe-meirieu/?utm_campaign=shareaholic&utm_medium=facebook&utm_source=socialnetwork

Ministerio de Educación y Ciencias. (2018). Educación en Paraguay Hallazgos de la experiencia en PISA para el Desarrollo.

Reimers, F., & Schleicher, A. (2020). Marco para guiar una respuesta educativa al COVID-19. Plan Ceibal; ANEP.

Schleicher, A. (2020). El País. Obtenido de https://elpais.com/sociedad/2020-04-22/los-docentes-deberan-cambiar-su-forma-de-ensenar-en-septiembre.html

Schleicher, A. (2020). El País. Obtenido de https://elpais.com/sociedad/2020-04-22/los-docentes-deberan-cambiar-su-forma-de-ensenar-en-septiembre.html

 

 

 

 

 


[1]El programa PISA, creado por la OCDE en 1997, evalúa las competencias de jóvenes de 15 años en lectura, matemáticas y ciencias, además de medir sus habilidades para aplicar lo que han aprendido en la escuela a situaciones de la vida real.