La invención y nombramiento del ciudadano Petta como ministro de Educación, en base a antecedentes políticos, caracterizados por el único mérito del transfuguismo, fue uno de los primeros errores del nuevo gobierno y uno de los más graves, dada la delicadeza del cargo en cuestión, agravado, en el momento de la elección, por el contraste con la ministrante que quedaba de segundona, pese a su larga tradición y formación en la materia.Haciendo un poco de historia habría que remontarse a los tiempos de la dictadura, cuyo objetivo, desde la cúspide del poder absoluto, era arruinar la educación para no tener que bregar con ciudadanos sin formación cívica, echando a la cuneta de la historia un pasado educativo bastante respetable.
La transición tuvo un objetivo reparador como prioritario; fue así como se eligieron sucesivamente a respetables profesionales para cargo tan delicado. Basta repasar los nombres y sus trayectorias para apreciar la calidad de la selección, solo interrumpida por la intervención del ya olvidado “jinete bonísimo”, quien nunca se dio cuenta del cambio que se estaba efectuando, convencido de que la cuestión era sustituir dictador por dictador.
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