*Matheo Damián Cabo de Vila Acosta. Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Americana.
No cabe duda de que la alfabetización es una de las formas de educación más básicas y fundamentales para cualquier persona. Es el vehículo por el que se accede a cualquier educación, es necesaria para la comunicación, el desarrollo personal y la capacidad del individuo de exigir sus derechos legales.
El analfabetismo es definido como la incapacidad total de leer y escribir. Bajo esta definición, en Paraguay, casi 300.000 personas son analfabetas. La alfabetización es más que solo memorizar una serie de jeroglíficos y sus respectivos sonidos, es desarrollar el nivel de pensamiento abstracto necesario para interpretar lo que dicen estos símbolos. Cuando un individuo es capaz solamente de lo primero, se le considera un analfabeto funcional, y en nuestro país, esta es una categoría en la que entra un porcentaje alarmante de estudiantes.
José Molinas Vega, director del Instituto Desarrollo y ministro de la Secretaría Técnica de Planificación del Desarrollo Económico y Social, afirmó para ABC Color en 2022 que hasta 80 por ciento de los alumnos del sistema educativo paraguayo son analfabetos funcionales, cifra apoyada por los resultados del Programa Internacional para el Seguimiento de los Alumnos (PISA) en el mismo año. Estos resultados afirman que 7 de cada 10 alumnos están por debajo del nivel mínimo en lectura y ciencias según las mediciones usadas por este, lo cual posiciona a Paraguay en el puesto 80, como penúltimo lugar.
José Molinas Vega, director del Instituto Desarrollo y ministro de la Secretaría Técnica de Planificación del Desarrollo Económico y Social, afirmó para ABC Color en 2022, que el 80 por ciento de los alumnos del sistema educativo paraguayo son analfabetos funcionales. Esta cifra es apoyada por los resultados del Programa Internacional para el Seguimiento de los Alumnos (PISA) del mismo año, donde también se afirma que, 7 de cada 10 alumnos están por debajo del nivel mínimo en lectura y ciencias, lo cual posiciona a Paraguay en el puesto 80, el penúltimo lugar.
En PISA 2022, fueron incluidos 5.084 estudiantes de quince años de 281 escuelas públicas y privadas. En un examen con una duración de dos horas, sumado a un cuestionario de antecedentes, los estudiantes tenían preguntas intercaladas de lectura, ciencias y matemática en distintas formas, desde construcción de respuestas a selección múltiple. El 34 % de los alumnos fueron capaces de determinar la idea principal de un texto. Una cifra menor fue capaz de comprender los textos más extensos, explicar conceptos abstractos o definir la diferencia entre enunciados de hecho y opinión.
En estas mismas áreas, PISA de 2022 muestra cifras menores a PISA para el Desarrollo (PISA-D) de 2017. Paraguay descendió de forma significativa en comparación con el promedio de América Latina. Los resultados revelaron que un menor desempeño en lectura está relacionado con un rendimiento menor en las áreas de ciencias y matemática.
El hábito de la lectura es uno que la población de este país encuentra desafiante de adoptar y cultivar. Según las estadísticas reportadas por la Cámara del Libro Asunción Paraguay (CLAP) en la feria internacional del libro del año 2017, cada paraguayo lee en promedio 0,25 libros, muy por debajo del promedio de Argentina y Brasil; según el Índice de Cultura Mundial de 2015, cual no incluye a Paraguay, leen entre 4 a 6 libros.
Los resultados de la Encuesta Latinoamericana de Hábitos y Prácticas Culturales de 2013, elaborada por la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, Ciencia y Cultura, apuntan en una dirección menos lúgubre. El promedio de libros leídos por cada paraguayo es de 3,1; una cifra más generosa, pero aún por debajo del promedio en el resto de Latinoamérica (3,6). En otras palabras, en Paraguay se leen per cápita menos libros que el promedio del continente. El estudio técnico de la misma organización revela que las personas que más leen por motivo de ocio o interés personal son aquellas con estudios superiores.
Las estadísticas del Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE) de 2019 muestran que los estudiantes de tercer y sexto grado denotaron una mejora en el área de lectura. En los exámenes de lectura, el promedio de puntaje fue 675 puntos entre los estudiantes de tercer grado, y 657 para los de sexto. Los resultados demostraron un aumento de 22 y 5 puntos respectivamente, en comparación con los promedios del estudio publicado en 2015.
Este aumento puede parecer esperanzador a primera vista, sin embargo, es necesario considerar el contexto encontrado en el mismo estudio. Los estudiantes fueron evaluados y clasificados en niveles del primero (el alumno es capaz de localizar información explícita o reiterada) al cuarto (el alumno puede interpretar el texto de forma más abstracta y compleja). El 51% de los estudiantes del tercer grado se clasificaron en el primer nivel, lo que implica que no alcanzaron el grado de competencia mínima propuesto en lectura. En el sexto grado, este mínimo se sitúa en el tercer nivel: el 34,6% de los alumnos alcanzó el primer nivel y un 46,6% el segundo, dando como resultado un total de 81,2% de alumnos bajo el estándar propuesto. Solo el 18,8% de los estudiantes de Paraguay alcanzó el tercer nivel, en comparación con el 31,2 % del análisis regional.
El paso más lógico es intentar llegar a la raíz de esta, y en ella encontrar el nivel de capacitación de los docentes del país. En 2019, el Ministerio de Educación y Ciencias evaluó a 12.017 docentes y determinó que más de la mitad no estaba a la altura de las evaluaciones por ser incapaces de interpretar los textos.
No cabe duda que esta ineptitud por parte de una cantidad tan significativa de docentes es una causa fundamental de toda esta situación. No se puede esperar que un maestro enseñe el contenido de su materia, cuando ni este ni sus alumnos pueden interpretar lo que leen más allá de palabras individuales.
Se refleja sin lugar a duda el estado del sistema educativo, pero más allá de eso, se refleja una realidad acerca de la concepción popular de la lectura en nuestra cultura. Una realidad que resulta casi irónica en un país con una rica y larga historia literaria, y que es tanto causa como síntoma de muchas otras problemáticas.
El debate acerca de cuáles materiales didácticos serían usados en clases alrededor del país — como lo fue “12 Ciencias para la educación de la sexualidad y la afectividad en las escuelas y la familia” a finales del año pasado — puede tomar el asiento trasero en la discusión sobre la educación en nuestro país, cuando una parte tan significativa de los alumnos no pueden interpretar su contenido, independientemente de su valor o falta de este, y cuando los propios docentes se encuentran en una condición no tan distinta.
Antes de cualquier juicio de valor sobre el contenido estudiado en las aulas de nuestro país, deben darse las condiciones necesarias para que los alumnos puedan siquiera aprender adecuadamente, siendo la lectura la herramienta más básica para este propósito.
No es más que un error priorizar cuestiones ideológicas por encima de los hechos que atraen nuestra atención; el desastroso estado de la educación es uno de ellos, causado y perpetuado por una cultura de indolencia hacia el valor de la educación y de aceptación a la mediocridad. Efectivamente, es fundamental fomentar no solo la lectura como tal, sino también la lectura comprensiva, la redacción creativa, el pensamiento lógico y el científico. Son principios como esos los que conforman la base de una sociedad informada y capaz de defender sus propios derechos, y la clave para superar obstáculos tales como la pobreza, que resignan a las personas a ser herramientas para los intereses de quienes gobiernan.
En una situación como la de nuestro país, puede sonar como un objetivo ambicioso hacer que un alto nivel de estos aspectos mencionados sea la norma para todos los estudiantes. Pero en realidad se trata del estándar más bajo al que aspirar para un sistema educativo, y aun así es un estándar al que nuestro país no alcanza ni ha alcanzado durante décadas, y que resulta en un pueblo que perpetúa la mediocridad y el antiintelectualismo.
Si algo debe de resaltarse, es que más allá de las causas materiales y políticas del problema, yace al fondo de la cuestión una equivocación acerca del significado de aprender. No es difícil ver que, en nuestra sociedad, azotada por la corrupción y la pobreza, aún no termina de germinar la idea de que leer va más allá de una obligación en el aula; que uno no lee solo lo que está en cada renglón, sino también lo que hay entre ellos. Que las palabras tienen poder, y que, incluso así, en cada libro se encuentran más que solo palabras.
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Bibliografía
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